26 agosto, 2013

El tigre y el dragón



¿Por qué vivimos a diario situaciones en las que, al intentar dialogar, pedir algo a otro, u opinar con criterio distinto u opuesto a los demás, en muchos casos la otra persona, o nosotros mismos, reaccionamos en forma defensiva o en forma agresiva? Más finamente, ¿Por qué cuando sucede algo que no se ajusta, aunque sea en una mínima fracción, a nuestra situación o de acuerdo a nuestras expectativas, reaccionamos en primera instancia ofuscadamente y, de acuerdo a nuestro eventual humor hasta violentamente, respondemos con sentimientos, ademanes o hasta palabras agresivas?
En principio, creo que se trata, en mayor o menor grado, de una reacción natural al estrés que provoca el cambio que vivimos respecto a lo que sentimos o lo que tenemos expectativa de sentir.
Cuando ésta situación sucede, ¿por qué no podemos parar la reacción y sopesar la situación para dar una respuesta pacífica que nos permita adaptarnos armoniosamente a la circunstancia que se nos presenta? En muchas circunstancias, se da que finalmente no todo era tan grave como instintivamente sospechábamos y no nos ha afectado tanto. Es decir, luego de reaccionar negativamente, nos calmamos y nos damos cuenta de que no existió una relación directamente proporcional a la respuesta que se generó. Y todo este proceso, hasta se puede dar en solo un segundo. Lo que intento explicar y trato de poner en práctica es tratar de incorporar una conducta no precipitada, una conducta que, ante la incertidumbre sobre las consecuencias de lo que nos está afectando, me lleve a no reaccionar en forma anticipada y negativa. ¿Por qué ante cierto grado de incertidumbre sobre si algo me va a afectar en forma positiva o negativa optamos, en una fracción de segundo por lo negativo, y respondemos defensivamente en consecuencia? Pienso que tenemos que aprender a desarrollar el temple apropiado que nos permita, aunque no podamos naturalmente evitar la reacción defensiva, tomar un “respiro”, parar, y sopesar la circunstancia de nuestro interlocutor, luego responder. Imagino que, si vamos incorporando poco a poco este tipo de conducta, nos puede servir de ayuda para que, cuando las adversidades que nos acontezcan sucedan, podamos evitar que la situación se infiltre en nuestro interior y haga que nuestras emociones nos ganen de mano y actuemos en forma precipitada. Esto lo he planteado usando el ejemplo que más comúnmente vivo a diario, que son las emociones negativas que nos gobiernan; pero pienso que también las emociones y reacciones positivas nos pueden hacer vivir las situaciones “fuera de balance”, pues muchas veces no todo resulta tan positivo como lo esperamos y, pasada la emoción, podemos vivir cierto grado de decepción.
 

 
Se me ocurre una metáfora ilustrativa asociada a la mitología y cultura oriental. El símbolo del Yin y el Yang representa dos fuerzas opuestas pero complementarias, cuya interacción regula el equilibrio natural del universo. En la cultura oriental suele representarse a estos dos elementos con las figuras del tigre y el dragón. Sintéticamente y a grandes rasgos, el tigre simboliza el poder, la ferocidad, la pasión, la velocidad, la crueldad y la cólera. Mientras que el dragón simboliza la sabiduría, el entendimiento más profundo, el corazón más elevado y la virtud más incorruptible. Este simbolismo, aplicado a lo que intento expresar, me lleva a plantearme que lo que debemos buscar es esforzarnos por tener una conducta equilibrada, todos tenemos un tigre adentro que nos da fuerza para accionar y reaccionar, pero no nos olvidemos de cultivar también nuestro dragón, que nos dé la sabiduría para controlarnos y responder con la intensidad que las circunstancias ameritan, así podremos disminuir el riesgo de perjudicar a los demás y de perjudicarnos a nosotros mismos. Y al mismo tiempo demos el ejemplo, con nuestro accionar, a quienes estén dispuestos a tomar las buenas experiencias para mejorar en lo que puedan.






No hay comentarios.: